por Jorge Quiroga
La idea de Crisis sirvió para
pensar el sentido de nuestra literatura. En sus diversas variantes fue
entendida como ruptura, corte, situación de peligro y, a la vez, como posible
advenimiento de nuevas significaciones, de formas que debían ser pensadas en lo
múltiple, en una especie de nudo, donde se reunirían ciertas contradicciones y
asechanzas, aquellas que ayudarían a darle especial sentido a tal o cual
situación.
En principio se puede afirmar que
la crisis del 60-70 fue de carácter general, sobre todo socioeconómico. Esa
temática fue central y constituyó una particular clave, abarcativa y sinuosa,
con la que los hombres de esas décadas intentaron explicar el momento que se
vivía. La tarea y el debate en torno a aquellos años no están sino en proceso y
sólo disponemos de versiones. La historia de ese período nos llega de una
manera mítica y las verdades que allí se expresan suenan como dichas por voces
apagadas, que no permiten reconstruir el relato de lo ocurrido. Parece que
necesitáramos realizar un esfuerzo colectivo de elaboración, el que
paradojalmente nunca llega a cumplirse del todo, como si hiciera falta
referirse constantemente a ese fragmento de tiempo, pero sin llegar a una
comprensión definitiva.
Quizás esto sea así porque no puede
pensarse esa época sino como 'algo ya historizado, cuya significación es un
problema difícil de relacionar respecto a las circunstancias actuales. Es preciso
ubicar los hechos en su contexto, el que se da en una atmósfera política
cercana en la Historia y lejana en la vida de cada uno, sobre todo si se fue
contemporáneo de los acontecimientos críticos que se sucedieron y que es
difícil no ver con perplejidad. El tiempo recubrió esos hechos, de tal manera
que es preciso pensarlos, como si estuvieran constituidos por imágenes perdidas
o imposibles.
La continua apelación a las crisis
es un rasgo que persiste en nuestros días, a veces encubriendo sólo justificaciones.
Lo que ocurre, es que en verdad esta idea ha servido como criterio de
explicación acerca de lo moderno. Permite ubicar tanto a las rupturas como a
las que no lo son y quizás es difícil alejarse, por lo extensivo de su alcance,
de la fascinación y el empuje que contiene.
A veces su utilización fue
meramente provisoria, política se podría decir, y tanto ambigua como amplia. En
ese sentido fue repetidamente usada para tratar de entender demasiadas cosas.
Pero lo que se puede argumentar en su defensa es que, aplicada con rigor obliga
a pensar en una determinada dirección y con intensa profundidad. Por eso,
cuando la crisis pone en consideración la problemática de ciertas señales
socio-políticas emergentes lleva implícito el análisis de modalidades, en las
que se configuran preguntas y respuestas sociales, que fueron tal vez incubadas
en el proceso anterior, pero que toman expresiones concretas en el marco
social.
Hay evidentemente en una situación
de crisis caminos que convergen y entrecruzamientos. Lo que ocurre es que
cuando se da una determinada presencia de la crisis las ideas suelen ponerse
entre paréntesis y una primera aproximación es tratar de ponderar si se trata
de una crisis nueva o es el inicio de una crisis estructural de largo alcance.
Además, para el caso de nuestro país, la recurrencia, el carácter cíclico de
las crisis, se constituye en un elemento importante que no es posible soslayar.
En las décadas de 1960-1970 la
crisis era percibida como muy grave y con características terminales, esto fue
visto así, sobre todo, por los que cuestionaban gobiernos que se sucedían y que
estaban basados en variantes de dictaduras militares o regímenes civiles de
escasa representatividad, que accedían al gobierno mediante la proscripción de
la mayoría del pueblo. No se discutía el hecho de que la crisis podría ser
coyuntural o transitoria, se la veía como profunda e inevitable en sus
alcances. Es cierto que la capacidad de explicación de la idea de crisis estaba
menguada debido al uso abusivo de su aplicación, tornándose así un comodín que
quería caracterizar tanto, y de forma tan general, que terminaba diluyendo a
veces lo que quería explicar.
El conflicto social estaba a la
orden del día y sus efectos eran contundentes y obligaba a cualquiera que quisiera
actuar a tener que pensarlo en un esquema que lo contuviera. El concepto de
crisis estaba disponible para tratar de entender lo que estaba ocurriendo desde el punto de
vista socio-político. En la actualidad es evidente que su utilización fue desmedida,
pero no se la comprendió así en ese momento, y la respuesta que dio el orden
establecido a la situación, indica que desde allí se la percibía como muy
peligrosa. Lo cierto es que en uno y en otro campo, la crisis anunciaba
fenómenos muy difíciles. Conflicto y crisis se identificaban.
Se puede decir que ella fue vista
como motivada por las circunstancias socio-políticas del país, producto de
condiciones que se particularizaban en riesgos bien específicos, pero además
había una realidad internacional confluyente y en Latinoamérica se vivían
acontecimientos similares.
Insistentemente se ha teorizado
sobre el carácter cíclico de las crisis económicas del sistema capitalista, los
análisis llevan al desafío de pensar su derrumbe. Durante el 60/70 esto tenía
repercusiones políticas cuyos efectos parecían recubrir todos los espacios.
Muchas cosas insinuaban que los
sectores dominantes habían perdido el rumbo, por eso los grupos más politizados
interpretaban como posible un cambio de régimen. Era como si todo hubiera
tocado fondo. Emergían grupos activos que cuestionaban el orden político.
Una forma de analizar estos fenómenos
es pensar que los acontecimientos tenían que ver con una lucha interna en el
seno de la élite, pero la participación de amplios sectores sociales, desmiente
esta hipótesis o la relativiza. De cualquier modo, podía preverse el fin
trágico de los acontecimientos que se precipitaron. Todo se obviaba en nombre
de una irrupción alternativa de cambio social.
La participación derrumbaba esquemas
y requería de nuevas respuestas. Había equívocos que no eran enteramente
asumidos y verdades que se planteaban como indiscutibles –lo que hizo que
algunos hechos fueran leídos con simplicidad. No se trataba de actos de
voluntad en el vacío, había un contexto que los explicaba. Se reivindicaba el
haberse decido a intervenir y que la conciencia buscara modificar la realidad.
Se vivía un momento de punto cero,
era el posible advenimiento de nuevos valores y el principio de un nuevo
espectro político. Hubo entonces una especie de delegación, que tuvo una enorme
importancia en el desarrollo de lo que se fue sucediendo. Gracias a esto los
grupos juveniles politizados se integraron a un compromiso activo, que poco a
poco se fue convirtiendo en algo riesgoso. Las figuras del militante, el héroe
y el aventurero iban juntos en el imaginario de la época, la del revolucionario
era la imagen más contundente, pero todas se explican en referencia a la
coyuntura.
Los conflictos se acumulaban y su
presencia demandaba la aparición de sujetos que pudieran intervenir en los
procesos que la crisis hacía emerger. El peligro construía historias
cotidianas. Hubo un momento en el que fue clara la aceleración de los tiempos
históricos. El fenómeno era contagioso y avasallador, lo que se vivía no
permitía demasiada reflexión. No había muchas alternativas y todo pasaba por la
ruptura y el desenlace impensable. Aunque las cuestiones que se planteaban
fueran de vida o muerte, no se lo percibía de ese modo. Las contradicciones fueron
aumentando hasta llegar al punto nodal de 1973. La opción era Dictadura o
Liberación. Había que obtener nuevos espacios políticos. Las sorpresas que
alimentaban los hechos históricos emergentes eran señales que daban indicios de
la crisis. Esta última obedecía no sólo a circunstancias coyunturales, sino
también a cierta mirada que cargaba de sentido los hechos de la cotidianeidad
reclamando nuevos sujetos que pudieran responder a las encrucijadas.
El peronismo de esos años, signa la
etapa del país que comprende los 60/70, tanto en el tiempo que está proscripto
como cuando efímeramente vuelve a gobernar (73 al 76), momento en el que se
intensifican sus contradicciones internas, llevando así a la agudización de los
conflictos latentes en la sociedad. Este "hecho maldito" de la
política argentina, como lo era entonces, demostraba con su presencia la fuerza
del potencial transformador posible, que algunos vislumbraban. Se daban para
ello ciertos ingredientes que no pasaban desapercibidos, sobre todo para aquellos
que defendían un orden, y un modo sui generis de resolver los entredichos
sociales. Existía una situación social de persecuciones irritantes que
denunciaba el hecho de que no había ningún campo común donde procesar
diferencias. Las clases que dominaban en la sociedad argentina, no habían
encontrado la manera de que ese movimiento policlasista, como se definía a sí
mismo, tuviera su lugar nítidamente establecido en la cadena y en el ámbito de
la política.
Muchos jóvenes comenzaron a activar
en su seno. Pensaban que hacerla les daba infinitas posibilidades, o por lo
menos era una oportunidad muy concreta de llevar adelante acciones y planteas
que les permitieran operar en la estructura política del poder real,
específico, y que la acción militante tenía como meta ese espectro de
propuestas que los grupos más entusiastas veían como la aparición de un
conjunto de factores, que casi se pensaban como ideas guía y que derivaban del
propio peso de los acontecimientos sociales y de la interpretación de lo histórico.
Esos relatos sociales se difundieron muy rápidamente por los sitios donde
circulaba la joven generación y nivelaron perspectivas e historias disímiles en
un único esfuerzo transformador. Claro que no todo el mundo pensaba así, y las
controversias enseguida se hicieron presentes.
Como dijimos, lo primero que habría
que hacer es tratar de decir algo sobre la crisis social. Ella recorre
significativamente las páginas de los ensayistas político-sociales formando un
enmarque constante y repetido, compuesto de convicciones insoslayables, con las
cuales habría que pensar la problemática de la época. La crisis era también de
índole cultural, en el sentido de que pone en cuestión los valores
tradicionales formadores del país. El proyecto liberal fue severamente negado
al fundar sus cimientos sepultando otra Argentina más real. La crisis se
expresaba sobre todo en una dificultad económica muy acuciante. Se notaba en la
vida de inmensas capas populares que por medio de la huelga, de los planes de
lucha y de la acción reivindicatoria, anunciaban el hecho de que era cosa de la
naturaleza misma de los protagonistas de la lucha social.
Pero decir que la crisis era
fundamentalmente cultural, significa decir que la crítica se basaba en el
planteo de levantar una cultura de diferente signo. Ella estaba instalada en
representaciones muy hondas, se la hacía depender de vínculos históricos originales.
No era entonces solamente que hubiera dos culturas en pugna, sino que había
implícitamente involucradas, al plantear esta cuestión, dos concepciones del
país. Como si esas dos líneas colisionaran en todos los espacios de acción y
además se manifestaran en la órbita de la cultura. La confrontación consistía
en esta manera de develar la crisis.
La "modernización veloz y discontinua
del país", acumulación acelerada de "los fermentos de movimientos
económicos y políticos" (expansión de la clase media y de la clase obrera,
revolución industrial, derrumbe de los viejos valores)", provoca la
aparición de un cuadro problemático. "El resultado es una plétora de
crisis, de distribución, de legitimidad, de participación y hasta crisis
institucionales"1 se resume en un cuestionamiento de la globalidad del
dominio, de carácter político. La violencia es una resultante de la crisis, que
agobia sin encontrar ni buscar una salida posible y porque esta situación es
vivida existencialmente, no puede ser pensada en términos de crisis de poder
interno, sino de confrontación conflictiva de dos proyectos claramente
definidos y antagónicos. Es decir que la crisis era de carácter estructural
motivada por los sentimientos provocados por la historia político-social del
país, que en esas décadas condensaba años de desencuentro.
Para el caso argentino, la crisis
no era meramente efímera. Abarca, por lo menos, casi todo el siglo XX y se
concentra en los años 60/70, entre otras cosas, porque los valores puestos en
cuestión, sobre todo los relacionados con la obediencia social, estaban
seriamente en duda.
Para el período que nos interesa
puede sugerirse, resumiendo, que la intelectualidad crítica entra en proceso de
puesta en disponibilidad ideológica como consecuencia de la ruptura de sus
"lealtades" anteriores. A la crisis de su identidad se sigue una
"puesta en disponibilidad", dice Silvia Sigal 2 y creemos nosotros
que esa encrucijada se resuelve en una elección determinada, producto de la
lógica del antiperonismo, pasando por una crisis de identidad a posteriori de
la dirección que le impone la crisis estructural del país, de la que ella forma
parte.
Son las llamadas condiciones de la
época, las que están determinando las opciones de esa
"disponibilidad", que incluye a enormes contingentes de sectores
juveniles de la clase obrera y media, que conformaron la base de sustentación
de la acción de masas, y por lo tanto excede a los intelectuales típicos, para
configurar la imagen del militante político, tan característico del 60/70.
La crisis socio-política es
percibida como un momento crucial, un verdadero divisor de aguas; tiene
profundas influencias en la conciencia política de esos vastos nucleamientos
que se ven arrastrados a formular interrogaciones que los recoloquen, interpretando
así originalmente hechos que explican las claves de la sociedad argentina
contemporánea.
Sigue Silvia Sigal: "Sería
abusivo inferir de la crisis ideológica abierta por el fin del gobierno
peronista que la movilización política de los intelectuales y la aparente
pérdida de autonomía cultural, años más tarde eran ineluctables (Se refiere a
la crisis ideológica de los intelectuales después del 55, aunque habría que
decir que en verdad se opera mas bien una especie de mutación de ideas). A las
luchas estudiantiles del fin de la década, deberán sumarse los efectos de la
Revolución Cubana, las transformaciones del campo intelectual, el
desenvolvimiento de la crisis política argentina, el Cordobazo, y el aumento
vertiginoso de la masa universitaria. Si es cierto que al principio de los sesenta,
ese escenario estaba instalado, su evolución era solamente una
posibilidad". Por lo tanto el conjunto de influencias que reciben estos
jóvenes tienen que ver con motivaciones que tienen su origen en la forma en la
que se procesaban los conflictos histórico-sociales en un contexto de quiebra
del sistema económico-político que provocaba enormes turbulencias, al principio
latentes y luego muy visibles.
Recordemos que la ''traición
Frondizi" (firma de los contratos petroleros, el artículo veintiocho, el
proyecto de ley sobre Enseñanza Libre, etc.) es el marco socio-político
inmediato del post-peronismo (inaugurado por la autoproclamada revolución libertadora,
con su secuela de represión e inicio de la crisis económica y de la reaparición
de los liberales ortodoxos en los ministerios claves). Frondizi que había
despertado ilusiones en sectores intelectuales de izquierda, y que accedió al
poder gracias a un pacto con Perón, que le propició los votos (aunque millones
continuaron siendo votos en blanco, señalando así la intransigencia de extensos
sectores populares) defraudó a todo el mundo.
Se comenzó a hablar de
"generación traicionada", la inmoralidad política era ostensible, el
maquiavelismo del presidente un hecho muy claro, y el gobierno se vio envuelto
en concesiones a los grupos militares que le efectuaron reiterados planteos. Lo
principal para advertir es que comenzaron intensas luchas sociales reivindicatorias
en los grupos obreros: de los petroleros, de los obreros de la carne del
Lisandro de la Torre, los ferroviarios, etc., vividos por el gobierno como
manifestaciones de huelgas revolucionarias, que por lo tanto eran reprimidos
violentamente, iniciando una espiral de serias consecuencias.
Hace su aparición una generación
que comienza a descreer de las intenciones de los "dueños del poder"
y que experimenta, allí donde desarrolla su actividad: la fábrica, la escuela,
la facultad; una vivencia política acuciante. Una ruptura generacional se está
gestando y los acontecimientos se precipitan en un clima social enrarecido,
sobre todo en el peronismo de aquellos años.
Se convive con los fenómenos
antiimperialistas de la Revolución Cubana, y el rechazo a la invasión a Santo
Domingo y esto está marcando su diferencia con el nacionalismo histórico
peronista tradicional, por su carga de cuestionamiento total de la estructura
de poder vigente. Cada vez es más evidente que Frondizi está sometido y se va convirtiendo
en el brazo ejecutor de una política dictada por fuerzas conservadoras a las
que se rinde dócilmente. Esa política no puede resolverse más que en mayor
represión y medidas antipopulares "racionalizado ras". Se repite
diariamente el uso de la fuerza, que demuestra sus alcances de manera
explícita: "movilización" de los ferroviarios, violencia con los
estudiantes secundarios y universitarios por el tema laica y libre, Plan
Conintes.
En ese clima va apareciendo una
literatura muy politizada. Cuando surge está muy cerca de la acción, que no la
excede, pero sí que es un elemento constante; es preciso discutir cuál es el
margen que se da, en un momento determinado, para evitar simplemente leerla
como homología de lo real. Palabra sobre palabra, experiencia sobre
experiencia, el afán de la literatura parecía consistir en la elaboración de
imágenes y en la construcción de visiones que queden en la memoria.
Cuando el empeño de una fracción generacional
es la ruptura (aquí estamos juntando dos órdenes: el social y el literario) o
el cuestionamiento de toda forma que no sea una nueva manera de ver los
fenómenos, se entra a un espacio de formulación de propuestas que es necesario
repensar. El momento que inaugura el 60/70 es de una crítica intensa,
incompleta. Y aunque atravesamos por circunstancias diferentes es necesario,
aunque sea fragmentariamente, intentar acercarse a la Literatura y a los
planteas estéticos de ese tiempo y a su clima irreverente. Mediante la
estructuración, en algunos casos, de un lenguaje que niega sus propios
fundamentos esa época dice sus imágenes, y quizás pueda ayudarnos a develar
algunos enigmas actuales. Esto quiere decir que pensar acerca de la Literatura
que se escribió en esos años, es de alguna forma ocuparnos de un trayecto que
nos concierne, y nos invita a reflexionar en situaciones que nos interpelan
íntimamente, aunque las imágenes que obtengamos sean provisorias.
Las preguntas que se hacía César
Fernández Moreno: ¿Libertad o compromiso? ¿Acción o contemplación? ¿Observar o
modificar? ¿Intelectuales o "idiotas" en el sentido griego de la
palabra? ¿Cantores o hablantes en el sentido de Stevenson? ¿Poetizar o
Politizar? Preguntas que se extendían ampliamente sumando cuestiones centrales
a los problemas de la época. Si como decía también Fernández Moreno 1; (opción que
consistía en el ejercicio de la Poesía como conocimiento de la realidad
característica de la política) el propio juego de la situación así lo dictaba.
Las pasiones que marcaron los 60/70
en verdad habría que interpretarlas como cuestionamientos culturales que
confluyeron entre sí para conformar propuestas, que en el caso de la
Literatura, se conectaban con antecedentes y precursores que eran nuevamente
leídos. La escritura que surgió en esos años, sobre todo cerca del 60, se pensó
en algún momento sin maestros, pero se puede rastrear en cada obra individual o
en la actividad de los grupos la huella que dejaron los predecesores, la
mayoría escritores de la Literatura argentina, que eran atrayentes para ser
rescritos. La totalidad de lo real, como emergencia que había que enfrentar e
imperativamente pedía la resolución de sus contradicciones, constituía un
motivo recurrente que politizaba la vida cotidiana. Pero además, la concepción
de la Literatura misma estaba cuestionada como legado de las vanguardias
estéticas históricas, muy cerca la postura de mediados de siglo que coincidía
en la reivindicación y el rescate de escritores claves de la Literatura
Argentina: Arlt, Macedonia, Olivari, Tuñón, etc.
Más cerca de los 70, la crisis
seguía teniendo efectos políticos y otros que involucraban ideas sobre el arte
y la literatura, y que fueron muy importantes para la concepción del lenguaje
que era visto como fuente de problematización. En un libro de la época,
refiriéndose a lo que ocurría en la cultura, en términos amplios se decía:
"A lo largo de toda esta década he tenido la impresión de que estábamos en
el corazón y acaso en el momento crucial de una crisis que nos reunía y al
propio tiempo dividía en torno a una cuestión única. En el campo particular de
la reflexión literaria, no se trata de otra cosa que de la crisis que conoce la
cultura contemporánea: reposición en su lugar del concepto que el hombre
moderno se hace de sí mismo, bajo la influencia de las ciencias humanas" 3.
Tal como lo plantea la cita, todo
era pensado sobre el horizonte crítico de la cultura. Esto se daba también
entre nosotros y cuando se consideraba lo literario se hablaba del lenguaje
como problema, comenzando a configurarse un tema: La literatura era una
cuestión de lenguaje. Había varias respuestas posibles, acerca de quien se
escuchaba detrás de esa voz que hablaba allí, encontrar sus claves eran tareas
de la crítica, que de esa forma tenía que tener una mirada que debía enhebrar
los enigmas. Es decir identificar aquello que insistía, para que el proceso se
reanudara indefinidamente porque en última instancia estábamos hablando de
cuestiones de lenguaje.
Como ese "descubrimiento"
era experimentado en el centro de una crisis (que correspondía a una versión en
la cual el lenguaje era visto como un espacio indispensable donde las voces
tuvieran su lugar) el análisis formaba parte principal de los recursos. Por lo
tanto la literatura, en su ejercicio, llamaba a intervenir, asumiendo sus
contradicciones. Se abría un campo con multiplicidad de sentidos.
El lenguaje aparece como un
elemento que va ocupando la escena. Por lo que si bien puede hablarse de dos
tiempos: el primero abordando una creciente politización y el segundo
enfatizando la problemática del lenguaje, vistos en perspectiva terminan siendo
una unidad. Por otro lado en las obras más significativas, narrativas o
poéticas se superponen los dos tiempos, lo que hace que cobren una insistencia
referencial, combinados en una búsqueda estética, en el intento de construir
una poética posible.
Es que se trataba de inéditas
manifestaciones políticas y culturales que cuestionaban los poderes
tradicionales, las formas dominantes de ejercer el dominio y que procuraban el
reemplazo de los valores vigentes. Era fácil caer, sobretodo al principio, en
una mera politización justificatoria, sin embargo esto no quiere decir que tal
circunstancia por si sola invalide la obra. Por otro lado hay producciones
literarias del período muy interesantes, que no tienen ningún vínculo directo
con lo político, aunque en algunas muy importantes existen modos de tratar
temas que obtienen formas expresivas acordes con lo que se narra y que son de
tema político (Walsh, Gelman, etc.)
Estos textos requieren para ser
verdaderamente criticados ubicarlos en un sistema literario que les otorgue la
cualidad de ser componentes de un discurso articulado, que de hecho es una
lectura política organizacional de nuestras letras. Literatura, crisis y
realidad política tienen que interactuar para permitir la reflexión.
Corresponde decir, en todos los casos, politización, transgresión, experiencia
y lenguaje. Estamos hablando de textos excluidos, que con dificultad son incorporados
a la secuencia literaria porque de variadas formas se termina por ocultarlos en
su real significación.
Todo ocurre como si la memoria que
se tiene de estos textos tuviera que ser escondida, o cifrada para se hagan
legibles. Sin embargo, a pesar de que algunos son desconocidos o
"sepultados", esos textos están allí, como si se tratara de versiones
para ser pensadas (no son oportunas para leer ni fácilmente asimilables).
Forman parte de un espacio donde hay inseguridades y aciertos.
El conjunto de nuestra literatura
consiste en una respuesta ante la crisis constante del país, lo que ocurre en
los 60/70 es que se produce una quiebra que hace que las contradicciones de esa
crisis emerjan con crudeza. Hay como una perplejidad social, que no permite que
se trate y analice adecuadamente el período; lo que llega de él hasta nosotros
es una mistificación que intenta que la apreciación exacta de esos textos
excluidos desaparezca de nuestro horizonte.
Este ocultamiento sin embargo no
consigue transformarse en integración, porque la contundencia de los temas de
la literatura de los 60/ 70 hace que eso no sea posible. Están todos estos
textos fuera de control, politizados, crípticos o transparentes, relatan de
alguna forma algo así como una contrahistoria. Son tan historizados que sólo
tienen sentido en esa exageración que los caracteriza y que a veces suena
ingenua y muy extrema. Pero es indudable que si queremos comprender nuestra
circunstancia actual, es preciso leerlos en una lectura narrativa, que busque
explicarlos, para que nos sirvan como elementos del debate.
Para formular hipótesis acerca del
valor y el aporte de los 60/70, hay que señalar con claridad desde qué
perspectiva se están planteando los juicios, porque siempre se parte de
lecturas interesadas, y la cercanía en el tiempo únicamente aumenta el riesgo
de tergiversación. Repetir supuestos como si fueran verdades, no es más que
decir de manera diferente criterios ya establecidos y que tienen su historia.
Se precisa además realizar un ejercicio "literario" que no es
espontáneo, más bien se deja ver como el resultado de un esfuerzo
interpretativo que significa riesgo. A veces surge bajo la forma de ensayo y
otras de ficción, aunque los géneros deban ser diluidos para tratar esa época.
Ese tipo de literatura hacía
depender el estilo o de formas cerradas –difíciles de comunicar– o de
referencias directas. El vínculo con lo estético estaba en el seno de las
preocupaciones. Había que recubrir con palabras todas esas características que
buscaban expresarse en nuevos sentidos. No implicaba esto, como algunas obras
lo muestran claramente, que se evitaran ciertos modos de mirarse en lo
político, sino que los cruces y las búsquedas mixtas (lenguaje/política) eran
posibles y deseables, o por lo menos inevitables.
La crisis era de índole cultural,
en el sentido que se ponían en entredicho los valores que habían construido al
país. El proyecto liberal se cuestionaba porque su base era haber escondido
otra Argentina subterránea y auténtica. La crisis se expresaba, como dijimos,
en una dificultad económica muy acuciante, esto tenía reflejos en la vida
cotidiana, que anunciaba el carácter de la crisis que era de la naturaleza de
los protagonistas de la lucha social. La emergencia de nuevas significaciones se
concebía en relación a determinados legados, se la hacía depender de vínculos
históricos originales. Había que retomar líneas, poniendo en práctica
tradiciones que se habían sojuzgado.
Había íntimas convicciones, en el
sentido de que la historia estaba del lado de las alternativas de cambio y por
lo tanto se trataba de dar empuje a esos elementos que estaban en lo real. El
hecho de que se estaba incubando una guerra civil era apuntado como una certeza
que tenía hitos determinados en el pasado histórico. La atmósfera social anunciaba
transformaciones, aunque la recomposición del capitalismo fue el verdadero
desenlace que no estaba previsto.
En la época se creía que se estaban
gestando cambios profundos en el modo de vivir de la gente, y esto se dio en
las costumbres, pero las propuestas de cambio político resultaron efímeras,
esto coincidió con un momento de reacción dictatorial y la consiguiente
respuesta popular. El contraste entre ambas situaciones y la aparente
decadencia del autoritarismo, muestra que nos encontrábamos en los límites de
una transición histórica que, como sabemos, tuvo un determinado final, pero
podía haber tenido otro distinto. La ingenuidad se pagó cara.
Dos líneas pujaban en todos los
espacios, esa era una de las maneras como se develaba la crisis, y en esa
coexistencia de elementos opuestos, en verdad se enfrentaban dos concepciones
diferenciadas, la lucha se desarrollaba en el terreno de la cultura. Por otra
parte la elite liberal había configurado su propia lista de manifestaciones
culturales de todo orden, inclusive utilizando alguna literatura
"representativa", en una maniobra de adulteración. La cuestión
cultural era la base para comenzar la discusión acerca de la pertenencia de
cada cosa en juego, para ello se leían las alternativas que se presentaban,
siempre bipolares en su esencia.
Esa bifurcación, se había ido
construyendo mediante obras y acciones sedimentadas a lo largo del tiempo. Del
lado de lo representativo se iba desde luchas históricas, pasando por los
gobiernos populares, el Martín Fierro, el sainete, el tango, etc. Se
enfrentaban dos concepciones de entender a la cultura, y se explica esta
situación por el punto del cual se partía: una modernidad diferida, que se
condensaba en ese tiempo inaugural y acelerado. Que los fundamentos acerca de
lo "popular" fueran provisionales está indicando que se argumentaba
sobre ello, a veces con decisiones muy apresuradas y que hubo que tomar sobre
la marcha.
No puede decirse entonces que la
aparición de esa crisis, haya sido nada más que el surgir de un breve período
anárquico, rápidamente extinguido, porque él enraíza en una tradición de
ruptura que cristaliza en esos años pero que no tiene explicación en sí mismo
y, por el contrario, es producto de una multiplicidad de causas (internas y
externas) que son las que están en la base de su surgimiento. La crisis es
expresión de profundos desequilibrios y carencias de índole económica, que
sufren los sectores populares, combinándose con proscripciones políticas que
hacen más evidente el sentido de la dominación, lo que produce un clima
constante de inestabilidad sobre todo política.
Una generación, que comprende un
gran arco de experiencias y que el marco histórico condiciona, da sus
"primeros pasos", en una lucha frontal contra regímenes dictatoriales
(que eran constantes en la época) interrumpidos esporádicamente por
"democracias" no representativas. La lectura de la crisis era para
unos la justificación de la revolución, para otros un camino para
nacionalizarse, en el sentido de transformar intentando un cambio de la
realidad.
La "politización de la
cultura" y de la literatura era inevitable, y esto impregnó la vida
cotidiana de mucha gente: los militantes y todo su entorno y contexto. No
corresponde, o por lo menos es muy parcial, tratar de entender todo ese
trayecto pensando solamente en los intelectuales, hay que hacerla con una
visión más amplia. Era una instancia generacional, que se caracterizaba por
tener una visión particular de los hechos políticos que fueron leídos a partir de algunas
certezas, que iban luego a ser criterios que marcarían a los jóvenes que se
acercaban a la política con una actitud contestataria. Los rasgos salientes
eran: una voluntad de justicia intransigente, una confianza irreductible en el
camino revolucionario, la sensación de rebeldía y de poder que emanaba de las
propias convicciones, la ingenuidad de creer que el enemigo estaba en retirada,
cierto esquematismo en las interpretaciones, simplificación en el análisis de
la situación.
Se trataba de un fenómeno social,
que pudo elitizarse en algunos aspectos, pero que por definición era masivo y
comprendió a diversos sectores aunque tuvo manifestaciones más ostensibles en
un cierto tipo de condiciones representadas en un fragmento numeroso de la clase
media. Por eso arrastró a propios y ajenos, definió conductas, y en el lapso de
tiempo en el que ser militante constituía un valor destacable, estuvo ligado
con el heroísmo, la valentía, ciertas tragedias personales, y la
irresponsabilidad de tener una actitud idealista. El fenómeno estuvo signado
por la ruptura, la negación y la aventura, como si así se abriese el espacio
para que el arrojo fuera un elemento de la vida cotidiana. Se pensaba en las
recompensas, pero ellas tenían que ver con un conjunto, una clase y no con un
beneficio particular (lo que en parte era impensable como opción) que formaba
parte de la política burguesa.
Es claro que todo esto se mezclaba
con la picaresca, lo que era razonable tratándose de situaciones reales y por
lo tanto inconfundiblemente idiosincráticas y políticas, y aunque al final ese
ingrediente cobró más importancia que lo debido, el problema de lo
contestatario se instalaba en un país con una historia que determinaba y
configuraba una apuesta o posibilidad, que podía terminar en el triunfo o la
derrota. Es verdad que las circunstancias políticas por las que atravesaba el
país eran vertiginosas, había que explicar el cambio que se produjo en los
sectores opositores al régimen dictatorial –en el sentido en que se radical
izaron las posiciones para entender los hechos que se sucedieron. Esto
seguramente tiene que ver con la afirmación de un imaginario, que se fue
construyendo sutilmente a medida que el enfrentamiento con la dictadura militar
de turno era más agudo. Evidentemente el peronismo aparecía como la
contraimagen del sistema político y económico.
También significaba, si lo queremos
leer tomando en cuenta el fenómeno de la crisis, como la emergencia
generacional de aquellos que se incorporaban a la política, promoviendo una
ruptura con la visión tradicional de los partidos demoliberales, incluyendo al
peronismo.
El descreimiento en la política,
significaba que se la encaraba bajo una nueva óptica, que entendía el ejercicio
de su práctica fuera de los marcos de lo que era común. Confluían sectores
nuevos, en una estructura que parecía permeable. Lo que verdaderamente ocurría
es que los grupos se fundían en una identidad, en la que la convergencia y el
eclecticismo político, explican el destino de muchos núcleos organizados. Estos
grupos perdían abruptamente su anterior procedencia, para pasar a explicitar un
discurso que era del anterior. Este pasaje, como dijimos era muy veloz, e hizo
que los conflictos tomaran un cariz particular.
Es que la nacionalización de las
clases medias, como se decía entonces, justamente se procesaba en esos años y
esto exigía que se leyeran de diferente manera cuestiones, problemas y
fenómenos que hasta allí habían tenido una determinada interpretación y que,
con la "nacionalización" se reformulaban. Pero este cambio de enfoque
no se realizó sin que existieran tensiones y dificultades, que provenían de
esas conversiones tan rápidas que se sucedían, y que seguramente venían
incubándose en las discusiones que se dieron, cuando en el 55 el peronismo fue
desalojado del poder, hecho que, como sabemos, dividió aún más a la sociedad
argentina.
Si la postura "anti",
había sido la característica predominante en amplios sectores de las capas
medias, la nueva actitud, sobre todo de los jóvenes, traía una imagen distinta
respecto al peronismo. El acercamiento de ellos a ese movimiento político,
venía envuelto en una mitificación que no permitía juzgarlo adecuadamente y se
efectuaba la operación de rescate, en un marco de crispación socio-política, de
la cual la crisis era la manifestación de los conflictos aún no resueltos.
Desde la literatura, la contundencia de las narraciones y poéticas, era una
constante; ello indudablemente se correspondía con una concepción crítica y
politizada de la realidad, que era percibida como un desafío necesario de
desentrañar.
La crisis, como decíamos, tenía
relación con muchas significaciones sociales, que estaban en estado latente y
que parecía que sólo era necesario detectarlas para que se mostraran
plenamente. La emergencia de esas circunstancias provocaba situaciones
impensables como si una lógica muy particular guiara muchas de las conductas de
ese tiempo, lo que hacía que las acciones fueran por un lado previsibles y por
el otro poco meditadas.
Para la literatura la crisis era la
oportunidad de que fueran saliendo a la luz nuevos nombres y planteas, sobre
todo algunos escritores se transformaron en precursores, cuya obra se
redescubría y por la importancia de su trabajo literario, eran verdaderos
emblemas que la época colocaba en un primer plano. Traían los precursores, una
cierta imagen "antioficial", "no académica", que coincidía
con el imaginario del período, ya que los intelectuales de los 60/70 buscaban
poseer estas mismas cualidades.
"En su origen, Crisis
significaba decisión en el momento decisivo, en la evolución de un proceso
incierto, que permite el diagnóstico", afirma Morin, para terminar
diciendo: "Es el momento en el que junto con una perturbación, surgen las
incertidumbres" 5. Si relacionamos esto último con la literatura podemos
reflexionar que la indecisión que ronda la posición crítica exige un trabajo
riguroso con el lenguaje. Los precursores anduvieron por esos límites: o por
medio de la exasperación expresiva, la quiebra constante, transformando la
literatura en la búsqueda de lo grotesco y las distorsiones más audaces como en
Arlt, o mediante el pensamiento también disruptor de Macedonio, que utiliza lo
especulativo para concebir el espacio literario como algo semejante a la
alucinación (Macedonio realiza su obra con un humor que se va estructurando en
ficciones y negaciones que en un juego de espejos, de entradas y salidas,
inaugura lo que está por venir),o convirtiendo a la literatura, como en Juan L.
Ortiz, en un universo de múltiples significaciones, envueltas en un clima donde
todo se mueve en equilibrio de elementos que se complementan entre sí. O como
en el caso de Girando, que entiende la Literatura desestructurándose en un
experimento continuo, donde el mundo estalla en fragmentos y la violencia de la
dispersión necesita ser capturada en imágenes que surgen de esa exuberancia.
En todas esas escrituras, de diversas
maneras, el concepto de crisis está implícito. Ellas se ubican en el umbral que
habla a la vez que la literatura se va desmembrando, como si se estuviera
asistiendo a un desmontaje de sentidos y se atisbara una nueva estructuración
bajo los signos del replanteo de la idea de literatura. Se coloca entre
paréntesis no sólo la delimitación de los géneros (en el sentido de los
márgenes existentes entre lo que es literario, lo que no lo es, la
contaminación y filtración de los diversos órdenes en juego), sino también la
exterioridad de un discurso realista, porque la insuficiencia de ese criterio,
irá añadiendo nombres a toda esa masa de nuevos sentidos que están por nacer.
La incertidumbre proviene de una
paulatina asunción de la moralidad, la literatura vista no como rodeo esteticista,
porque lo que ocurre es que el contexto de crisis social, produce relecturas estéticas
y por lo tanto nuevas aproximaciones a problemas constantes. Un rasgo
característico es la idea de que la literatura es un ejercicio antisublime que
poco tiene que ver con una actividad que se destaca por su lugar central y
prestigioso, por el contrario se trata de una tarea de índole crítica, que ve
en la investigación la manera de probarse en la obtención expresiva de zonas
inéditas. Si el humor aparece bajo las formas de lo que cambia de lugar como en
Macedonia, o está al servicio de un clima, por medio del absurdo como
mediación, como en Arlt –por lo que a veces no es ni siquiera humor– se
registra en la burla que todo lo corroe.
De acuerdo con los tiempos crisis,
la literatura de los 60/70, bus encontrar ese tono que particulan sus poemas y
narraciones, que es van motivados por la pasión y por una relectura de la
Literatura Argentina.
Notas
1. Juan Corradi, citado por
Kathleen Neman: "La violencia del discurso", en Estado autoritario y la novela política argentina, Catálogos,
Buenos Aires.
2. Silvia Sigal, Intelectuales y poder en década del '60,
Puntosur, Buenos Aires, 1991.
3. César Fernández Moreno,
"¿Poetizar o politizar?", en ¿Poetizar
o politizar? Literatura y política, Losada, Buenos Aires, 1973.
4. Serge Doubrovsky, "Crítica
y existencia", en Los caminos
actuales de la crítica, (dirigido por Georges Poulet), Planeta, 1967.
5. Edgard Morin, "Para una
Crisiología en El concepto de crisis”, Megápolis, Buenos Aires, 1979.
Publicado inicialmente en el n° 17 de la revista EL OJO MOCHO, verano 2003.
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