La poesía de
Francisco Urondo es un diálogo interminable sobre sus propios
presupuestos y condiciones, una interrogación constante acerca del sentido, del
tiempo de los acontecimientos vividos, de las historias que
se acumulan , esas conversaciones internas, esa búsqueda de la palabra, o la
expresión más precisa, se mantiene a lo largo de su obra, como preguntas y
hallazgos, que intentan encontrar aquel significado de los hechos y de lo que
se justifica al pronunciar esa misma
nominación.
Desde “Historia
antigua” en adelante, su voz solitaria, se mantiene como pregunta ,
deteniéndose en las circunstancias posibles: el
recuerdo de las viejas amigas, el
gesto espontáneo de una colegiala, los andenes desiertos, la
fiera escondida, hasta el imperceptible vuelo de esas pequeñas aves
marinas que habitan en los sueños. El mundo aparecerá para decirlo y así
será recuperable, es ese recuerdo. Siempre
las mujeres estarán, bailarinas o trasnochadas, acompañando la soledad,
que es el punto de partida de la
reflexión continua. Los sueños, los
trenes que surcan el verano, son historias antiguas,
bases en la memoria, constelaciones
o secuencias, saltos en lo evocado.
En esos remotos tiempos, la indómita
y memorable Perichole una antigua cortesana
es el motivo
histórico que Urondo elige
para intervenir viejos relatos.
Vuelos nupciales
que lo encandilan, antiguos amores,
la procura de la tibieza. Las
palabras indagan en esa imagen incierta que se hunde en horas
lejanas.
Los días se
van, la amante espera en el dolor de la tarde, son pequeños temblores,
saberes mínimos que prosiguen, la
continuación de las
preguntas.
En el libro “Breves”, la caída en la playa solitaria, inicia ese pequeño aliento
que envuelve el paisaje, lo aísla y
rumorea en el destino, un
adelgazamiento y una levedad para
hallar el sitio
escogido, íntimo, de ese
lenguaje.
En
“Nombres”, el itinerario, en eternos
pliegues atesora el recorrido desde la fragancia de lo
infantil hasta el origen de un camino, que se
funda en la memoria del trayecto.
Para que eso
se cumpla, es necesario, la identificación con
ese mismo territorio y sus reverberaciones.
“El
pasado mira por el ojo de
los remolinos”, insiste con
su carga de
ensoñación .En los veranos de
esa comarca el tiempo
se expande, y se disemina en las
islas y en las vibraciones casi
invisibles.
Los nacimientos en ese paraje de la
memoria resisten en un movimiento extenso.
¡ Candilejas
! Un hombre llora de manera inconsolable
cuando cae la
noche. El mar lo
cobija y las
sombras cubren ese espacio demasiado real.
Algo debe acontecer , sin pausa, sin estaciones, ni pájaros, ni trenes ,ni alcohol, contra tu muerte habrá una nueva presencia que vendrá sin escollos.
Algo debe acontecer , sin pausa, sin estaciones, ni pájaros, ni trenes ,ni alcohol, contra tu muerte habrá una nueva presencia que vendrá sin escollos.
No hay canto
después de la embriaguez
con que se vive, solo una
esperanza imperturbable había,
nada más allí.
Hay simplemente que esperar el
anochecer, rendirse ante el día, aguardar la
llegada de
la luz.
Urondo capta
a bellas durmientes, intenta recuperar
la imagen perdida.
En la suerte
escucha rumores
y el temblor de los trenes que le llevan
recuerdos, no huye, vuelve.
Algunos títulos, o versos, aluden a la letra de los
tangos, siempre presentes en la evocación, como un sistema de alusiones porteñas. El canto viene o se va, la
tibieza ondula, el destierro es
la soledad. Una mirada, un saludo,
un gesto insospechado llevan
a ese hombre al
silencio. Y la calle
desorienta con su
vacío, es una búsqueda incesante, el pormenor que
se tarda en
pronunciar .El tiempo resplandece ante ella
que es el
motivo de esas
horas que ruedan.
Las imágenes
quedan en la
memoria y siempre se
repiten. Los signos acumulados
son el sentido
de aquello que está
dicho. Lo que pasa es que el amor
no tiene límite, y
no hay que ceder en
lo que vale
la pena.
Fumando espero, y la
tristeza no tiene fin. Recordar es amar
infinitamente, dar vueltas sobre
sí mismo en la memoria. La
vida sigue siendo
terca y es
preciso intentar dominarla a
cualquier precio posible.
Las
marcas desoladas , hablan de un
tiempo añorado, madrugadas
que se extienden, desdichas, aventuras
nocturnas, que forman claves
cifradas herméticamente.
Se muestran
en el andén, en el
sudor de esas
mujeres olvidadas, y definitivamente perdidas
que también se van…
Buscando en
los lugares secretos que reanudan
el viaje.
El sol
deja a veces
de brillar, los amores que
acaban son una señal,aquello que
deseamos descubrir, en un país
que ignoramos del todo.
Del
“Otro lado” están
los parques y paseos, las
cosas pegajosas , que se
adhieren , las manos
se deslizan en
busca de algo que huye.
Los ademanes
vulgares, hacen difícil amarla, someterse a
su ritmo mundano.
De las dos
caras que manifiesta la
realidad, el primer
impulso es el que basta y se justifica.
Los años,
la vida por
delante, se inmiscuyen en
nuestros pasos, nos alertan ,
es preciso disponer
de una forma,
un sentido.
Bailando, soñando,
oyendo una voz
ausente y caída,
dando vueltas interminablemente.
En el desamparo, en la desesperación, está
el camino hacia
los otros, que viven
en la luz.
Las gatitas, las putitas perdidas,
forman parte de ese clima
que evoca la
soledad.
Esta ciudad
apartada, es la
más querida en
el vivir de
uno. Allí donde el
mundo se deforma
y crece, nos aísla.
Imágenes de
destrucción y del delirio, de un mundo
que se extravía, el
tema es mezclar, en procura de
los enigmas que
se presentan a la
visión, formas que se
repiten y tiemblan.
Hay que
vivir aunque se
tropiece, y el tiempo
vuelva hacia el sueño que no se
puede postergar.
Una
mujer llora incansablemente, gime, grita,
la corista veterana
le sonríe, bajo
la luz de
los reflectores.
Las aves
del paraíso revolotean,
y son reinas
de la noche,
Carlos Gardel, el extranjero, “el
extraño del silencio”,
señor de los
tristes, en la
noche y el
alba, es el
dueño de la
ciudad.
Urondo escribe
poemas/ homenaje a los
grandes artistas: José Planas
Casas, Leónidas Gambartes, Oliverio
Girondo, Juan
L. Ortiz, y quiere seguir viviendo al lado de
ellos.
Porque dirá
que no hay pasado,
sólo intensiones de
amor, para continuar
andando.
Los amigos
se encuentran en la poesía,
en un viejo
despacho de bebidas,
donde se reúnen
y ese es
el único refugio
posible, en la amistad
están depositados todos los
hechos de un mundo vasto
y hostil, es ese
sitio donde a
pesar de todo
hay que vivir.
Entre las
despedidas, el ocio y la
soledad, los hombres
encuentran dentro de sí un lugar
de apoyo.
La palabra
Revolución se va entrometiendo en nosotros, como un giro
secreto, que es necesario
descifrar.
El tiempo sin olvido,
casi quieto, como
en el tango
nos va rodeando, y con el enfrentamos las acechanzas.
De madrugada
se abren las
puertas, y existe una congoja que
hay que ahuyentar, que
con coraje es nuestra
memoria que acecha.
Hay
inminencias en el
mundo, pequeñas e inalterables
secuencias que se
olvidan, como tus manos envueltas en la tristeza de un
tiempo que finaliza.
Mientras esperamos el sol, el nacimiento del
día que comienza, la
vida, lenta, ese camino incesante en el
que se logra
un nuevo enigma
para seguir creciendo,
siempre para volver a
ser.
Ante
cada circunstancia, en
las horas que
se suceden están
las horas, la bruma de la
ciudad y su
aliento
A pesar de
las complicaciones de estas ciudades
modernas que están perdidas para nuestro entendimiento, deambulamos sin rumbo
en ellas.
La alegría,
la falla de dominio es todo lo que nos conduce a pesar en nosotros mismos.
Las
conversaciones se convierten en cartas
abiertas, confesiones públicas, pueblan
con esas manos abiertas el cielo de pájaros, negando así a la vida privada, temblando antes de
desaparecer, de ese modo se resguarda para siempre. Uno está herido de muerte sin saberlo, o
prevenirse en esa situación, viviendo el
amor, una interminable tormenta de
verano que va a pasar, y que nos va a dejar iguales.
Abrir y
cerrar la puerta de la casa, conservar
su calor, porque las despedidas son tristes, pero inevitables, entonces solo hace un
juramento
Esas calles
que se han transitado y donde vive una patria perdida para nosotros, donde viejos fantasmas: Mitre, Urquiza, la
divisa punzó y tantas otras cosas, señales de un paso retardado, que viene desde la adolescencia y que la memoria actualiza, parta convocar y
ahuyentar recuerdos personales, que trastocan y se mezclan en una
vida abierta a los impulsos, algo
así como un viaje necesario e
imprescindible.
El mundo
está vacío, desmembrado, y es el día el que acaba sin estrépito, pero hay
memorias, pequeños escándalos en las ausencias que se encuentra a nuestro lado. Sin que lo
sepamos, que también se van, en los
parques sin olvido, donde residen el tiempo y las demoras.
Urondo siempre vuelve al mismo punto de partida, y
deja los signos de una verdadera causa, muy personal .La oculta a medias, a
veces la manifiesta con intensidad y se rinde ante ese llamado.El olvido puede
ser un recurso, una insistencia postergada.
Está lejos
de sí mismo, del amor, en el que vacila, y
que es una constancia y produce
la voluntad de vivir.
Los cuerpos
y los dichos no cesan, son como dice
pequeñas sanciones que se difunden.
Sobreviven
en una espera, sensible y flotante, como el aire que los reencuentra.
Mujeres que están
hechas de cánticos, voces abandonadas, sometidas y
sufrientes, que sobrepasan la dicha y las dilaciones del amor.
Hay mujeres
en las cortes, zarzueleras y brillantes, desprendidas de sí mismas, espían y
hacen señas, se entrometen, y le dice adiós
para siempre.
La soledad
insiste, la vida sigue su curso anhelante, para todo lo que pueda venir. Lo
pasado no deja dormir, es la vigilia que se despide.
La noche se
refleja en las condenas y sin sorpresas se expande. La vida interior no existe,
en ese empecinamiento está la mejor
suerte. Hay que hundirse en el sueño de los vivos hasta extenuarse.
El olvido y los recelos nos cercan de tal modo
que debemos revisar lo vivido, más allá de todo.
La Habana
es libre, tiene su claridad, allí no pasa el tiempo en vano, y se
instala inocente y cálida, clausura las distancias.
Olivari ya no pertenece al mundo de los vivos, se ha
alejado, como tantos, continúa más allá
del recuerdo, del detalle de la noche paulista.
La mueca de
la muerte arrebata y no emite señales.
En un tiempo de sabores perdidos, no se
las reciben y lo único que queda
es dirigirse al porvenir. Aquello que no se vive, pero que persiste, para la
mujer, los hijos, aquello que vendrá.
La eternidad
es una ausencia, lo que se guarda en el
amor entrevisto, en la terquedad de la alegría, La distancia es grande, todo
cambia, y si uno quiere hay que
disponerse a hallar ese sentido.
Es necesario
tomar por asalto al tiempo enemigo, aunque las palabras desvían en la ocurrencia de lo que ya pasó.
El mejor
poeta del país también se despide, como cualquier tipo, y ese convencimiento se destruye como
si el dicho fuera falso, los que
adulan puedan ser amigos o no.
Historias
escondidas, lamentos, lágrimas indebidas. Claro que el futuro no viene, se
demora. En países abandonados como el nuestro, es mejor desdecirse, no vacilar
este opaco gesto ya es demasiado.
En los
hoteles del poder, se le da la mano al General Strorner y se conspira. Es que Urondo paradojalmente se vuelca a una politización que le marcan sus decisiones y cada vez se
compromete más y su palabra es ese signo que entrega para reconocerse y hallar caminos entreverados.
La
quiromancia y la profecía alientan un juego peligroso ¿ No será ese el verdadero indicio de vida ?
Lo que
vendrá, puede ser que venga, y seguro está ahí para que se entienda. Las
tinieblas se van, y las interpelaciones son para mirar en el miedo.
El cuestionamiento se acelera en el último tramo de la
poesía de Urondo, entre las
sombras de la vida el poeta vislumbra un fulgor, que se disuelve en atisbos y terrores
que tiene ante sí.
Los que
están cerca se alejan, los nombres queridos mueren en la creciente ausencia,
dan su último adiós, hay que alegrarse por vivir, por esa persistencia de los
días. No se puede querer, la cuestión
es seguir el camino, que vuelve una y
otra vez.
Las
variaciones del amor, las cosas que se dirán después, en la insistencia y el
desamparo.
Hay que
montar en cólera, no refugiarse, las ninfómanas de cabecera se esconden en el marasmo. El cuerpo del
delito es la propia entraña que se desprende.
La vida sigue en llamas, espiritual y generosa la
entregan los otros.
Mientras
dormitan los hijos queridos . Prosiguen los mensajes cifrados, en la búsqueda de alguien,
o de alguno que los pueda recoger. Porque hay que tener piedad de todos, de quienes
hablaron bajo tortura, o los que se
callan la boca, por los desaires, por las imágenes perdidas y la penumbra.
Porque hay mucho que decir y cantar, por los viejos compañeros,
por los que se
ocultan en
el abrazo.
Hay nombres
entrañables: Felipe Vallese es uno, lo trata de conjurar, “quien para la
lluvia” en la ronda de los días desaparecidos.
Los poetas,
como hombres de transición observan perplejos, transitan desprevenidos
horizontes débilmente inciertos. Andan
en los rincones, previendo la inútil derrota, el desprecio del mundo,
donde cada vez llegan señales dispersas.
Como en una batalla, una peleas por aquello que se
quiere.
Los carteles
anuncian lo que va a venir, lo que es imprescindible que ocurra. El cartero lleva noticias, brindis secretos,
escaramuzas del espacio combatiente.
El fuego todo lo purifica, en el aire de los
héroes, en el quebranto del tiempo resplandece.
Salvador
Allende muerto, desgracia que no puede ni debe contener para así ser otro.
Los errores
en los que es necesario pensar, se reinician cuando la historia es esquiva.
Se
vislumbra que hay un tiempo de
traiciones, de partidas que no se dan vueltas.
Las policía
roba en las pertenencias y en las pequeñas cosas queridas las requiza a lo
mejor es un modo total de despojo.
Las mujeres
bailan, tosen, suspiran, son la materia irreal, como la reja que aprisiona
un quejido.
Urondo se
deja tentar,como si su fin se postergara. En los poemas póstumos
eso que advierte construye una ausencia que lo conmueve en lo real. Tal
vez esa advertencia y seguridad es su particularidad para atender su circunstancia.
Todo vale la
pena seguir viviendo, como si esa seguridad
fuera su verdadera entereza.
Continuamente
repite la importancia de la voluntad de vivir, hasta en las pequeñas manías que
el poema entrelaza y procura. Sabe que está resistiendo, que los dados, están echados, y no es preciso desdecirse.
Ha tocado
fondo, sin embargo insiste en sus riesgos
con las dudas de la realidad y sus inconsistencias, porque
eso le permite redoblar reiteradamente su apuesta de sentido.
La poesía de
Urondo, es cierto, mantiene a lo largo
del tiempo una unidad que lo caracteriza, es en el tono, el modo de ver, siempre indirecto, que hace
que su voz, encuentre las palabras, para
acometer algo así como se da el intento de su rendición de cuentas.
La realidad
que tiene ante sí debe ser aguijonada
para que se vuelva materia aprensible que constate un estado de situación. Para
el último Urondo el poema es un campo de
confrontación, que con sus fuerzas desatadas, hay que escrudiñar. Un triste
pueblo derrotado, aún posee energía para
reorganizarse, es perseguido porque lo cercan y lo encierran y lo acosan, en el
espacio medido de su tenaz ocultamiento.
La única
verdad es la realidad, pero en otro lado, ella busca su sentido, está más allá y
pertenece a su esencia, a lo que se encuentra afuera, también con cierta
seguridad.
La inocencia, que el dolor de los torturados
hace presente es una llamada eterna. La poesía
de Urondo va en busca de
esas significaciones. //
Jorge Quiroga
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