viernes, 6 de julio de 2018

Francisco Urondo: Las preguntas sobre el sentido.

La poesía de Francisco Urondo  es un  diálogo interminable sobre sus propios presupuestos y condiciones, una interrogación constante acerca del sentido, del tiempo de  los  acontecimientos vividos, de las historias que se acumulan , esas conversaciones internas, esa búsqueda de la palabra, o la expresión más precisa, se mantiene a lo largo de su obra, como preguntas y hallazgos, que intentan encontrar aquel significado de los hechos y de lo que se justifica al  pronunciar  esa misma  nominación.
Desde “Historia antigua” en adelante, su  voz  solitaria, se mantiene como pregunta , deteniéndose en las circunstancias posibles: el  recuerdo  de las viejas amigas, el gesto espontáneo de una colegiala, los andenes desiertos,  la  fiera escondida,  hasta  el imperceptible vuelo de esas  pequeñas aves  marinas que habitan en los sueños. El mundo aparecerá para decirlo y así será recuperable, es ese recuerdo. Siempre  las mujeres estarán, bailarinas o trasnochadas, acompañando la soledad, que es el punto  de partida de la reflexión  continua. Los sueños, los trenes  que  surcan el verano, son historias antiguas, bases en la memoria, constelaciones  o  secuencias, saltos en  lo evocado.
En esos  remotos tiempos, la  indómita  y  memorable  Perichole una antigua  cortesana  es  el  motivo   histórico  que Urondo  elige  para  intervenir  viejos  relatos.
Vuelos  nupciales   que lo encandilan, antiguos amores,  la procura de  la tibieza. Las palabras indagan  en  esa imagen incierta que se hunde en horas lejanas.
Los días se van, la amante espera en el dolor de la tarde, son pequeños temblores, saberes  mínimos que prosiguen, la continuación  de  las  preguntas.
En el  libro “Breves”, la caída en la playa  solitaria, inicia ese pequeño   aliento  que envuelve  el  paisaje, lo aísla  y  rumorea en el destino, un  adelgazamiento y una levedad para  hallar  el  sitio  escogido,  íntimo, de ese lenguaje.
En “Nombres”, el  itinerario, en eternos pliegues atesora  el  recorrido desde la fragancia de  lo  infantil  hasta el origen  de  un  camino, que  se  funda en  la  memoria   del  trayecto.  Para  que  eso  se  cumpla, es necesario, la  identificación  con  ese mismo  territorio  y  sus  reverberaciones.
 “El  pasado mira por el  ojo  de  los  remolinos”, insiste  con  su  carga  de  ensoñación .En  los  veranos de  esa  comarca  el tiempo  se  expande, y se disemina  en las  islas  y  en las vibraciones  casi  invisibles.
Los  nacimientos en ese paraje de  la  memoria  resisten en  un movimiento extenso.
¡ Candilejas !  Un hombre  llora de manera  inconsolable  cuando  cae  la  noche. El  mar  lo  cobija  y  las  sombras  cubren ese espacio  demasiado real.
Algo  debe   acontecer , sin  pausa,  sin estaciones, ni  pájaros, ni  trenes ,ni alcohol,  contra tu muerte habrá  una nueva   presencia  que  vendrá  sin  escollos.
No hay canto después de  la  embriaguez  con  que se vive, solo  una  esperanza imperturbable había,  nada  más  allí.
Hay   simplemente que   esperar el  anochecer,  rendirse ante  el día, aguardar  la
llegada  de  la  luz.
Urondo  capta  a  bellas  durmientes, intenta  recuperar  la  imagen  perdida.  En la suerte
escucha  rumores  y  el temblor  de  los  trenes que le   llevan   recuerdos, no huye, vuelve.
Algunos  títulos, o versos, aluden a la letra de los tangos, siempre presentes en la evocación, como un sistema de  alusiones porteñas. El canto viene o  se va, la  tibieza ondula, el  destierro  es  la  soledad. Una mirada, un saludo, un gesto  insospechado  llevan  a  ese  hombre al  silencio. Y la  calle desorienta  con  su  vacío, es  una  búsqueda incesante, el pormenor  que  se  tarda  en  pronunciar .El  tiempo  resplandece ante  ella  que  es  el  motivo  de  esas  horas  que  ruedan.
Las  imágenes  quedan  en  la  memoria y  siempre  se  repiten. Los  signos  acumulados  son  el  sentido  de  aquello que  está  dicho. Lo que pasa es  que el  amor  no  tiene  límite, y  no  hay  que ceder en  lo  que  vale  la  pena.
Fumando   espero, y la  tristeza no  tiene  fin. Recordar es  amar  infinitamente, dar  vueltas  sobre  sí  mismo en la  memoria. La  vida  sigue  siendo  terca  y  es  preciso   intentar  dominarla a  cualquier  precio  posible.
Las marcas  desoladas , hablan  de un  tiempo  añorado,  madrugadas  que  se  extienden, desdichas,  aventuras  nocturnas, que  forman  claves  cifradas  herméticamente.
Se  muestran  en  el andén,  en el  sudor  de  esas  mujeres  olvidadas, y  definitivamente  perdidas  que  también  se  van…
Buscando  en  los  lugares secretos que  reanudan  el  viaje.
El  sol  deja  a  veces  de brillar, los  amores  que  acaban  son una señal,aquello  que  deseamos  descubrir, en un  país  que  ignoramos del  todo.
Del “Otro  lado”  están  los  parques y paseos, las cosas  pegajosas , que  se  adhieren ,  las  manos  se  deslizan  en  busca  de  algo que huye.
Los ademanes vulgares, hacen  difícil  amarla, someterse  a  su  ritmo  mundano.
De las  dos  caras que  manifiesta  la  realidad,  el  primer  impulso es  el  que basta y se  justifica.
Los   años,  la  vida  por  delante,  se  inmiscuyen en  nuestros  pasos, nos  alertan ,  es  preciso   disponer  de  una  forma,  un  sentido.
Bailando,  soñando,  oyendo  una  voz  ausente  y  caída,  dando  vueltas  interminablemente.
En el  desamparo, en la  desesperación,  está  el  camino  hacia  los   otros, que  viven  en  la  luz.
Las   gatitas, las putitas  perdidas,  forman  parte  de  ese  clima  que  evoca  la  soledad.
Esta  ciudad  apartada,  es  la  más  querida  en  el  vivir  de  uno. Allí  donde  el  mundo  se  deforma  y  crece, nos  aísla.
Imágenes  de  destrucción y del  delirio,  de  un  mundo  que  se  extravía, el  tema es  mezclar, en  procura de  los  enigmas  que  se  presentan a  la  visión, formas  que  se  repiten  y  tiemblan.
Hay  que  vivir  aunque  se  tropiece,  y  el tiempo  vuelva  hacia el sueño que no  se  puede postergar.
Una mujer  llora  incansablemente, gime,  grita,  la  corista  veterana  le  sonríe,  bajo  la  luz  de  los  reflectores. 
Las  aves  del  paraíso  revolotean,  y  son  reinas  de  la  noche,  Carlos  Gardel, el extranjero, “el extraño  del   silencio”,  señor  de  los  tristes,  en  la  noche  y  el  alba,  es  el  dueño  de  la  ciudad.
Urondo  escribe  poemas/ homenaje  a  los  grandes  artistas: José  Planas  Casas, Leónidas  Gambartes, Oliverio   Girondo,  Juan  L.  Ortiz, y quiere seguir  viviendo al lado  de  ellos.
Porque  dirá  que  no hay  pasado,  sólo  intensiones  de  amor,  para  continuar  andando.
Los   amigos  se  encuentran  en  la  poesía,  en  un  viejo  despacho  de  bebidas,  donde  se  reúnen  y  ese  es  el  único  refugio  posible, en  la  amistad  están  depositados   todos los  hechos de  un  mundo vasto  y   hostil, es   ese  sitio  donde  a  pesar  de  todo  hay  que  vivir.
Entre  las  despedidas,  el  ocio  y  la  soledad,  los  hombres  encuentran dentro de  sí un  lugar  de  apoyo.
La  palabra  Revolución  se va  entrometiendo en nosotros,  como un  giro  secreto,  que es  necesario  descifrar.
El tiempo  sin olvido,  casi  quieto,  como  en  el  tango  nos  va  rodeando, y con el  enfrentamos las acechanzas.
De  madrugada  se  abren  las  puertas, y existe  una  congoja que  hay  que  ahuyentar,  que  con  coraje es  nuestra  memoria que  acecha.
Hay inminencias  en  el  mundo, pequeñas  e  inalterables  secuencias  que  se  olvidan, como  tus  manos envueltas en la tristeza de  un  tiempo  que  finaliza.
Mientras  esperamos el sol, el nacimiento  del  día  que  comienza, la  vida,  lenta,  ese camino incesante  en el  que  se  logra  un  nuevo  enigma  para  seguir  creciendo,  siempre  para  volver a  ser.
Ante cada  circunstancia,  en  las  horas  que  se  suceden  están  las  horas, la  bruma  de  la  ciudad  y  su  aliento
A pesar de las  complicaciones de estas ciudades modernas que están perdidas para nuestro entendimiento, deambulamos sin rumbo en ellas.
La alegría, la falla de dominio es todo lo que nos conduce a pesar en nosotros mismos.
Las conversaciones se convierten en  cartas abiertas, confesiones  públicas, pueblan con esas  manos abiertas  el cielo de pájaros, negando  así a la vida privada, temblando antes de desaparecer, de ese modo se resguarda para siempre. Uno  está herido de muerte sin saberlo, o prevenirse en esa situación, viviendo  el amor, una interminable tormenta  de verano que va a pasar, y que nos va a dejar iguales.
Abrir y cerrar  la puerta de la casa, conservar su calor, porque las despedidas son tristes, pero inevitables, entonces solo  hace  un juramento
Esas calles que se han transitado y donde vive una patria perdida para nosotros,  donde viejos fantasmas: Mitre, Urquiza, la divisa punzó y tantas otras cosas, señales de un  paso retardado, que viene desde la adolescencia  y que la memoria actualiza, parta convocar y ahuyentar  recuerdos  personales, que trastocan y se mezclan en una vida abierta a  los impulsos, algo así  como un viaje necesario e imprescindible.
El mundo está vacío, desmembrado, y es el día el que acaba sin estrépito, pero hay memorias, pequeños escándalos en las ausencias que  se encuentra a nuestro lado. Sin que lo sepamos, que también se  van, en los parques sin olvido, donde residen el tiempo y las demoras.
Urondo  siempre vuelve al mismo punto de partida, y deja los signos de una verdadera causa, muy personal .La oculta a medias, a veces la manifiesta con intensidad y se rinde ante ese llamado.El olvido puede ser un recurso, una insistencia postergada.
Está lejos de sí mismo, del amor, en el que vacila, y  que es una constancia y produce  la voluntad de vivir.
Los cuerpos y los dichos  no cesan, son como dice pequeñas sanciones que se difunden.
Sobreviven en una espera, sensible y flotante, como el aire que los reencuentra.
Mujeres  que están  hechas de cánticos, voces abandonadas, sometidas  y  sufrientes, que sobrepasan la dicha y las  dilaciones del amor.
Hay mujeres en las cortes, zarzueleras y brillantes, desprendidas de sí mismas, espían y hacen  señas, se entrometen, y le dice adiós para siempre.
La soledad insiste, la vida sigue su curso anhelante, para todo lo que pueda venir. Lo pasado no deja dormir, es la vigilia que se despide.
La noche se refleja en las condenas y sin sorpresas se expande. La vida interior no existe, en ese empecinamiento está  la mejor suerte. Hay que hundirse en el sueño de los vivos hasta extenuarse.
El  olvido y los recelos nos cercan de tal modo que debemos revisar lo vivido, más allá de todo.
La  Habana  es libre, tiene su claridad, allí no pasa el tiempo en vano, y se instala  inocente y  cálida, clausura las distancias.
Olivari  ya no pertenece al mundo de los vivos, se ha alejado, como  tantos, continúa más allá del recuerdo, del detalle de la noche paulista.
La mueca de la muerte  arrebata y no emite señales. En un tiempo de sabores perdidos, no se  las  reciben y lo único que queda es dirigirse al porvenir. Aquello que no se vive, pero que persiste, para la mujer, los hijos, aquello que vendrá.
La eternidad es una ausencia, lo  que se guarda en el amor entrevisto, en la terquedad de la alegría, La distancia es grande, todo cambia, y si uno quiere hay que  disponerse a hallar ese sentido.
Es necesario tomar por asalto al tiempo enemigo, aunque las palabras  desvían en la ocurrencia de lo  que ya pasó.
El mejor poeta del país también se despide, como cualquier  tipo, y ese convencimiento se destruye como si  el dicho fuera falso, los que adulan  puedan ser amigos o no.
Historias escondidas, lamentos, lágrimas indebidas. Claro que el futuro no viene, se demora. En países abandonados como el nuestro, es mejor desdecirse, no vacilar este opaco gesto  ya es demasiado.
En los hoteles del  poder,  se le da la mano al General  Strorner y se conspira. Es que Urondo  paradojalmente se vuelca a una  politización  que le marcan sus decisiones y cada vez se compromete más y su palabra es ese signo que entrega para reconocerse y  hallar caminos entreverados.
La quiromancia y la profecía alientan un juego peligroso ¿ No será ese el  verdadero indicio de vida  ?
Lo que vendrá, puede ser que venga, y seguro está ahí para que se entienda. Las tinieblas se van, y las interpelaciones son para mirar en el miedo.
El  cuestionamiento se acelera en el último  tramo de la  poesía de  Urondo, entre las sombras de la vida  el poeta vislumbra un  fulgor, que se disuelve en atisbos y terrores que tiene ante sí.
Los que están cerca se alejan, los nombres queridos mueren en la creciente ausencia, dan su último adiós, hay que alegrarse por vivir, por esa persistencia de los días. No se puede querer,  la cuestión es  seguir el camino, que vuelve una y otra vez.
Las variaciones del amor, las cosas que se dirán después, en la insistencia y el desamparo.
Hay que montar en cólera, no refugiarse, las ninfómanas de cabecera  se esconden en el marasmo. El cuerpo del delito es la propia entraña que se desprende.
La vida  sigue en llamas, espiritual y generosa la entregan los otros.
Mientras dormitan los hijos  queridos .  Prosiguen los  mensajes cifrados, en la búsqueda de alguien, o de alguno que los pueda recoger. Porque hay que tener piedad de todos, de quienes hablaron bajo  tortura, o los que se callan la boca, por los desaires, por las imágenes perdidas y la penumbra.
Porque hay  mucho que decir y cantar, por los viejos compañeros, por los que se
ocultan en el abrazo.
Hay nombres entrañables: Felipe Vallese  es  uno, lo trata de conjurar, “quien para la lluvia” en la ronda de los días desaparecidos.
Los poetas, como hombres de transición observan perplejos, transitan desprevenidos horizontes débilmente inciertos. Andan  en los rincones, previendo la inútil derrota, el desprecio del mundo, donde cada vez llegan  señales  dispersas.
Como  en una batalla, una peleas por aquello que se quiere.
Los carteles anuncian lo que va a venir, lo que es imprescindible que ocurra. El  cartero lleva noticias, brindis secretos, escaramuzas del espacio combatiente.
El  fuego todo lo purifica, en el aire de los héroes, en el quebranto del tiempo resplandece.
Salvador Allende muerto, desgracia que no puede ni debe contener  para así ser otro.
Los errores en los que es necesario pensar, se reinician cuando la historia es esquiva.
Se vislumbra  que hay un tiempo de traiciones, de partidas que no se dan vueltas.
Las policía roba en las pertenencias y en las pequeñas cosas queridas las requiza a lo mejor es un modo total de despojo.
Las mujeres bailan, tosen, suspiran, son la materia irreal, como la reja que aprisiona un  quejido.
Urondo   se  deja tentar,como si su fin se postergara. En los poemas póstumos eso  que advierte construye  una ausencia que lo conmueve en lo real. Tal vez esa advertencia y seguridad es su particularidad  para atender su circunstancia.
Todo vale la pena seguir  viviendo, como si esa seguridad fuera su verdadera entereza.
Continuamente repite la importancia de la voluntad de vivir, hasta en las pequeñas manías que el poema entrelaza y procura. Sabe que está resistiendo, que los dados,  están echados, y no es   preciso desdecirse.
Ha tocado fondo, sin embargo insiste  en sus riesgos con  las dudas  de la realidad y sus inconsistencias, porque eso  le permite redoblar  reiteradamente su apuesta de sentido.
La poesía de Urondo, es cierto, mantiene  a lo largo del tiempo una unidad que lo caracteriza, es en el tono,  el modo de ver, siempre indirecto, que hace que  su voz, encuentre las palabras, para acometer algo así como se da el intento de su rendición de cuentas.
La realidad que tiene ante sí debe  ser aguijonada para que se vuelva materia aprensible que constate un estado de situación. Para el último  Urondo el poema es un campo de confrontación, que con sus fuerzas desatadas, hay que escrudiñar. Un triste pueblo derrotado, aún  posee energía para reorganizarse, es perseguido porque lo cercan y lo encierran y lo acosan, en el espacio medido de su tenaz ocultamiento.
La única verdad es la realidad, pero  en otro  lado, ella busca su sentido, está más allá y pertenece a su esencia, a lo que se encuentra afuera, también con cierta seguridad.
La inocencia, que el dolor de los torturados hace presente es una llamada eterna. La poesía  de Urondo va en busca de  esas  significaciones.  //       Jorge Quiroga

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