LA POESÍA DE BUENOS AIRES
por Jorge Quiroga
1.
Borges dice respecto de Evaristo
Carriego que "el suburbio en que lo pensamos es una proyección y casi una
ilusión de su obra", que Carriego impone su visión y que "esa visión
modifica la realidad (la modificarán después mucho más el tango y el
sainete)" (1). Ha primero planteado que el poeta entrerriano es un
personaje de su propia literatura. Como esta ecuación se repite varias veces en
los textos de Buenos Aires –Arlt, los Discépolo, Girondo, los Tuñón, Olivari, Manzi,
Expósito, Flores, Gelman, Lamborghini, Páez, Spinetta, etc. –, podríamos decir
que ciudad y poesía se interrelacionan de tal manera que un espacio es
invención del otro, que los discursos se vinculan entre si como en un juego de
espejos, cristalizándose en formas y personajes que se repiten hasta
convertirse en verdaderas identidades en movimiento y transformación.
Es un lugar común que el tango es
la poética (en la música y en la letra) de esa multiplicidad de lenguajes que
resultan de ese espectro de vinculaciones (ciudad-poesía); es como decir que
los tangos minan y crean el lugar de la ciudad, descubriendo el tono particular
en el que éste se manifiesta y expresa. Ésta es una verdad a medias, porque en
realidad es la trama de la poesía de Buenos Aires lo que se debe entender como
toda su literatura, la que va forjando esa influencia que explica las
implantaciones míticas. Porque si se trata de evocaciones, de miradas y de
expectativas respecto al crecimiento de la ciudad, a lo largo de nuestra historia
contemporánea hay que pensar acerca de la inmovilidad de esas imágenes. Gran
parte de ese recorrido es la historia de la inmigración y de las mezclas
culturales que fueron el origen de esa poesía y determinaron su asimilación y
procesos de intercambio.
La poesía de Buenos Aires, como la
de toda ciudad con una poética propia que la trasciende para interpretarla,
tiene sus voces constitutivas y los poemas que van urdiendo el espacio virtual
de su mito. ¿En qué sitio se entrelaza la porteñidad, a veces ella misma una
negación extraña, es decir, el último aliento para tratar de comprender y el
relato agónico de sus luchas cotidianas?
Primero el arrabal, el espacio del
desierto ciudadano, el suburbio que es preciso crear y recrear en versiones que
de diversas formas (modernistas, sencillistas, vanguardistas) será necesario
instalar en el discurso de la literatura. Un famoso libro sigue las líneas de
búsqueda en nuestra literatura (2) y sobre todo el desciframiento que poco a
poco va acumulando sedimentos para ir entendiendo nuestra ciudad. Es entonces
la teatralidad de un tiempo que se deja ver por intermedio de muchas memorias y
retóricas. Detenido y ensimismado, el tiempo del arrabal es de compadres,
"un puente con el gaucho”, desaparecido y ya desde Lugones mitificado y
sublimado. Esa secuencia está fragmentariamente representada en muchos textos y
llevada a versión mitológica por el propio Borges y los brochazos tangueros de
las glosas.
La ciudad fue también previamente
objeto de la poesía de Baldomero Fernández Moreno, el poeta que en su
vagabundeo constante, y sirviéndose de la observación directa, intenta alcanzar
visualmente la intimidad de los rincones de Buenos Aires. Salir a recorrer las
calles se constituye explícitamente en la búsqueda de material para construir
su poética y el sentido de su obra. Allí el nombrar se transforma en una virtud
semejante a la fidelidad. En el anonimato, entre los ruidos y la multitud, los
poemas juegan en el contraste de la ciudad y los tiempos viejos y conocidos, y
el tráfago de lo moderno mirado por el "flâneur" en la gran ciudad.
La poesía de Buenos Aires comienza
siendo entonces con Carriego, que le canta a personajes y paisajes de
extramuros, arrabal y pobrerío, y con Baldomero y su nota sencillista y el
canto al crecimiento y establecimiento de la ciudad. Los posteriores poemas
tendrán en cuenta esa disyunción, que presupondrá este origen: arrabal y ciudad
moderna.
Porque hay como un destiempo, una
desmemoria, por la cual se cuela una hendidura, que tiene que ver con los
"tiempos superpuestos" con los que se nutre el hilo de la memoria en
los hombres y sus diferentes formas de acercamiento a la verdad que disponen.
Ese extraño paso del tiempo que
percibió Borges cuando vuelve en el 21 de Europa. Y que lo lleva a su fervor de
una ciudad acaso sólo borgiana. Hablamos de sus primeros libros de poemas de
almacenes y esquinas rosadas, ocasos en Villa Ortúzar, del barrio y los
portones de Palermo, de los días de una ciudad aquerenciada y criolla en la que
la frontera de los lejanos y presentidos arrabales de una ciudad lindante con
el cielo y vecina del campo, todo dado como en un sueño entrevisto de lentas
blanduras, prepara también (a su modo) su descendencia en la poesía de cierto
aspecto de tango (la influencia se ve muy directa en Eufemio Pizarro, música y
letra de Homero Manzi y Cátulo Castillo). Quizás es el tema, pero borgismo,
tango nostalgioso de orilla, y malevos pueden coincidir en alguna secuencia.
Esa entrada que en Borges es andamiaje
para incluir primero su mirada de asombro ante una ciudad imaginada, y que
después será parte de un sistema de lógica y arquetipos, en Enrique González
Tuñón será lectura de vidas suburbanas/urbanas que se narran en estampas que
casi repitiendo los tangos en glosas hablan de exhombres en camas desde un peso
y pintorescas escenas de malevos anarquistas en la ciudad hostil y en arrabales
miserables (3). Su hermano Raúl González Tuñón condensará en sus poemas vidas
marginales alrededor del puerto, del viejo Paseo de Julio, historias de los
caminadores y los vagabundos, "... una calle en cualquier ciudad", la
poesía y la revolución después, la rosa blindada, pero será en su entrañable
visión del margen y de lo mundano de un orbe, de una ciudad, que fijará
atmósferas de amor a los barrios amados.
2.
En una historia paralela, pero con
puntas que se tocarán en algún momento, el tango, cuando abandona el universo
prostibulario, se adecenta en las letras que desde Gardel en adelante, y como
se sabe por medio del hallazgo de Pascual Contursi, constituirá toda una
historia triste de la ciudad, con el retrato de sus reos, sus cajetillas
luciéndose en el cabaret, enhebrando sordamente historias de los sectores
populares, de una manera particular -con el lenguaje que ha reflejado con
fidelidad la vida cotidiana de Buenos Aires. Si el tango del 20/30 servirá de
cimiento para montar una mitología de milonguitas que recuerdan el barrio, de
varones abandonados que asumen su soledad, de acciones de todos los días, lo hace
casi siempre en un idioma tan identificado con la gente que no habrá distancia
entre lo expresado en las letras, personajes y caracteres, rasgo éste que sería
una característica dominante en la letra del tango: que es lo mismo que haber
encontrado les canales de comunicación de una manera de ser (4).
El hecho de que la letra de tango
aparezca en el momento en el que la ciudad va entrando a la
"modernidad" tiene implicancias para su desarrollo. La letra abre un
espacio de transición, y el descentramiento que provoca su efecto moralizador
hace que pase a una zona que puede ser picaresca, lunfardesca o de grotesco,
pero que mantiene un límite moral. Cuando algunos intelectuales deciden
escribir sobre el tango, el fenómeno tenía varias décadas de antigüedad y era
verosímil que se escribieran tangos hablando de sr mismos, remitologizando, que
parece ser una característica constante en la poesía de Buenos Aires.
3.
Hay tantas Buenos Aires como
versiones de ella, a pesar de que una unidad parece asediarla, como si las
proyecciones ilusorias se reencontraran en un relato uniforme. Las poéticas
desencantadas del corpus alternativo a que se refiere Jorge B. Rivera (Arlt,
Olivari, Tuñón, Discépolo, etc.) (5) cuentan una ciudad marginal, de
extramuros, una ciudad agresiva, y que es necesario se incorpore a la
literatura como sitio donde la crisis corroe la entraña de la gente,
construyendo una feroz crítica a la época dorada del alvearismo y que ya
presiente la mishiadura del 30, y todo lo que vino de atrocidad e infamia.
En Arlt, la narrativa desesperada
de sus fantasmas que andan por la ciudad y sus regiones de angustia, como
restos grotescos y despedazados intimando con la ciudad cruel. (La metáfora
prostíbulo-revolucionaria tiene sus fundamentos en la historia real de un
espacio que crea despojos humanos.) Las Aguafuertes
porteñas, con su inevitable adaptación al periodismo, no ocultan de ningún
modo que son el registro de una ciudad triste y sumergida.
Olivari, con su poesía de la mala
pata, será la versión en verso cojo de la exasperación que produce la ruindad
de una atmósfera asfixiante. Tremendismo que se hace presente en imágenes
deformadas de un feísmo deliberado que pide por un poco de vida, es la
irrupción del aluvión inmigratorio en su poesía de viejos almacenes,
empleadillos aplastados, tísicas figuras, adocenamiento de la vida burguesa y
hombres desolados en el desarraigo, dramáticamente solos.
En la misma cuerda eso mismo se da
en el grotesco discepoliano con su carga de "inmigración y fracaso"
analizada por Viñas en la obra de Armando (6), una especie de punto de
encierro, una voz que se oirá allí y en la letra de tango existencialmente
desgarrada de la poética de desesperanza de Enrique. Las dos escrituras marcan
un estilo cercano al lenguaje oral cotidiano, y así puede contarse la historia
de una ciudad, una aldea o un mundo.
Mucho después para la estética
cortazariana la ciudad es el espacio
de los posibles encuentros y persecuciones; biográficamente y también en la
narrativa tendrá que ser el lugar de donde hay que huir, porque Buenos Aires se
irá transformando en una kafkiana "ciudad del miedo" (¿acaso
Güiraldes, en un ataque de depresión y de furia elitista, no la llamó burdel
del puerto?), se convertirá en lugar de contradicciones y sometimientos. El
desplazamiento y la confusión del lado de acá y del lado de allá
inevitablemente lo llevan a la figura de la calle 24 de noviembre que vuelve
obsesivamente, y va unida a cierta frivolidad que lo acompaña.
El 60 en poesía (Gelman,
Lamborghini, Luchi, Romano, Szpunberg) con su reescritura de la tanguidad, su
politización y sus búsquedas revolucionarias, su costado realista que abordará
la convulsión de un tiempo que remitologiza lo que ahora semeja un tiempo
constitutivo, y que se empantana como si fuéramos incapaces de pensarlo. Que en
la visión poética del 60 es reelaboración de tanguitos gelmanianos, hundidos en la humedad de una ciudad que
llora previamente los motivos elegidos. Y que en el caso de Leónidas
Lamborghini lo lleva a buscar en la sinuosa sintaxis elliotiana la repetición
que le sirva para reescribir a Discépolo o Hernández, en una rara poética de
secuencias interrumpidas, de persecuciones continuas, en un lenguaje flotante
de elipsis y fugas de sentido, de vacíos y presunciones, en una investigación
lingüística interminable. Luchi, por su parte, descubrirá los secretos de lo
que él llama la "rara ciudad", con su crónica diaria e irónica de
desastres y fracasos, de cantores envejecidos, de paseos por capitales de la
alegría y figuras carcomidas por el tiempo. De voluntades que lentamente van
entregándose, como un anuncio del exilio interior y voluntario de los que
quedaron allá y no regresan.
4.
El tango había completado un ciclo
(varias veces fueron surgiendo en toda su historia poético-musical y literaria
estos ciclos que fueron cambiando su perfil), y desde el punto de vista de la
letra el 40/50 había inaugurado y cerrado un segmento importante de su poética.
Esa época instaurará su peculiar concepción tanguera, que servirá, en la
acertada tesis de Aníbal Ford (7), de pasaje cultural para que inmensas masas
migratorias del interior y población porteña se unen en un repertorio que ayuda
a una intensa aculturación.
Habrá poesía amorosa, y decepción,
llena de nostalgia, y de una visión amarga de la vida. Además una serie de
letras tango realizan una desmitificación de ciertas recurrencias constantes
(Farol, Percal, los tangos discepolianos). La poesía moderna renueva la letra
tanguera del 40 con su bagaje de metáforas nuevas y giros literarios.
Hay un cierto desfasaje temporal
de las transformaciones, en la letra el cambio se da primero y es prontamente
aceptado, y en la música éste se da poco después y en un contexto que con
Troilo el tango se había, por decir así, establecido en una forma y que
Piazzola rompe.
Los poetas del tango serán
destinatarios y protagonistas de la renovación literaria del género. Esto se
corporiza en algunos nombres. Como el de Homero Manzi, que actuando como
letrista debe partir de ciertos esquemas habituales que son imprescindibles: un
tango existe cuando el pueblo lo canta y reproduce, es un instrumento que
presupone la comunicación, encuentra el lenguaje representativo para
expresarse, es sencillo y casi colectivo y anónimo, como si se estuviera
escribiendo un poema común o rememorando muchas identidades que son una. El
tango debe resolver en su síntesis las imágenes que son versiones de la vida de
Buenos Aires. En la poesía de Homero es el barrio perdido, evocado en un tiempo
de recuerdos suspendidos, localizado en el silencio del sitio de la
adolescencia, la culpa y lo irrecuperable, una poética de gentes simples y la
abertura de un espacio de ensoñación, que utiliza ya los elementos de una escritura
literaria, que está en función del tema de la evocación melancólica de una
letra de tango.
Homero Expósito será audaz y
arriesgado en esa búsqueda de un dispositivo que en su movimiento tome esos
nuevos módulos y tonos que trae su época, que en suma es la aparición de un
tipo de porteño más de acuerdo con una ciudad que se conforma con nuevas incorporaciones
y una salud propia y fundacional. Expósito trabajando sobre un material que
podríamos llamar de la época gardeliana (donde se construirá la mitología y
serie esencial, ahora expresada mediante una visión tanguera pero moderna, que
puede incorporar los barrios obreros, contar sin moralismos ciertas historias,
o el sentido de una calle emblemática como Corrientes. Inclusive con crítica
social y manteniendo y desarrollando el curso de la interesante poesía amatoria
del tango del 40.
Esa temática amorosa desgarrada,
con su enfoque dramático y lírico que caracteriza el momento con una visión
amarga del olvido y de la vida misma, será dimensionada con el matiz que irá
agregando cada obra particular: la de Cátulo Castillo cercana a la de Manzi,
con una evocación insistente respecto al tiempo, la muerte y lo arcano, la de
José María Contursi de desmembración subjetiva, desencantos sentimentales y abismos
de dolor atormentado.
Curiosamente o no, la canción
urbana popular, los rockeros tangueros atentos al tono de la ciudad, toman
algunos de esos tangos de Contursi (Como
dos extraños, Grísel y de
Expósito (Naranjo en flor) y los
hacen como suyos, instaurando a su vez su modo de cantar la ciudad de las
últimas décadas, lo que efectúan por medio de apariciones irónicamente apocalípticas,
o de decadencia, en la que se consideran sobrevivientes de una ciudad devastada
que los rechaza como extranjeros en su territorio.
¿De qué sustancia proviene ese
desencanto, sino de la agonía de una ciudad desolada a pesar de todos los
brillos? Porque desde el costumbrismo de los arrabales tiernos y los locos de Buenos Aires, pasando por las
canciones de náufragos y de grises hombres suburbanos en soledad, o la denuncia
de una represión interna/externa, todos somos vencedores y vencidos. Hay
entonces que ver allí retratos del hombre que soporta una ciudad y una sociedad
señaladas por un tiempo enemigo. Porque se puede decir que se yuxtaponen en las
poéticas de Buenos Aires formas que intentan relatar, o guardar el sujeto
secreto de una ciudad que expulsa y fascina, entrelazándose en una narración
única que cuenta, parodia, y acaso sea el verdadero sentido de su atonomía (su
particular encanto) que como relato, formado por su literatura que nos da la
significación múltiple de nosotros mismos.
Notas:
1 Borges, Jorge Luis, Evaristo Carriego, Emecé, Bs. As., 1955.
(1era edición: Manuel Gleizer, 1930)
2 Etchebame, Miguel D., La influencia del arrabal en la poesía
argentina culta, Colección Cúpula, Guillermo Kraft, Bs. As., 1965.
3 Ver González Tuñón, Enrique, Tangos, Sorocaba, Bs. As., 1953 (1era
edición: Manuel Gleizer, 1926)
4 Véase Guerin, Miguel A. y
OIiver, Jaime, "El Buenos Aires ideal de la canción popular urbana”, en Primeras Jornadas de la Historia de la
ciudad de Buenos Aires. "La vivienda en Buenos Aires', Secretaría de
Cultura de la MCBA, BS. As., 1985, donde se concluye: también debe destacarse
que esta ciudad por ser ideal, es inalterable. Cuando alguno de los elementos
de su medio físico ideal es confrontado por el sujeto narrador con algún
elemento físico de su ciudad perceptible, la ciudad lejos de revestirse en
cambio, aparece en su verdadera dimensión, es la ciudad arquetípica de la que
todas las otras son formas imperfectas".
5 Rivera, Jorge, Roberto Arlt:
"Los siete locos”, Hachette, Bs. As., 1986.
6 Viñas, David, "Armando
Discépolo: Grotesco, inmigración y fracaso”, en Historia Social de la Literatura
Argentina (Director: D. V.), Capítulo XV, Bs. As., 1989
7 Ford, Aníbal, Hornero Manzi, en la colección
"Historia Popular, Vida y milagros de nuestro pueblo" N° 27, CEAL,
Bs.As., 1971. Hablando del tango del 40, dice: "Esa popularidad indica un
tipo de diálogo y ese diálogo tal vez haya necesitado la afirmación del
sentimiento en medio de la sumersión, de la explicación de Buenos Aires en
medio de la aculturación a la ciudad industrial, así como un baile propio en
medio del proceso de nacionalización”.
Publicado inicialmente en EL OJO MOCHO Invierno de 1995 n°6.
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